Se nos reprocha a menudo por aceptar como denominación esta palabra anarquía, que asusta tanto a tantas personas. “Sus ideas son excelentes”, nos dicen, “pero deben admitir que el nombre de su bando es una desafortunada elección. Anarquía en el lenguaje común es sinónimo de desorden y caos; la palabra trae a la mente la idea del choque de intereses, de individuos luchando, lo que no puede conducir al establecimiento de la armonía”.
Comencemos por señalar que un bando dedicado a la acción, un bando que representa una nueva tendencia, rara vez tiene la oportunidad de escoger un nombre para sí. No fueron los Mendigos de Brabante quienes inventaron su nombre, que más adelante se hizo conocido. Sino que, comenzando como un apodo —y uno bien escogido— fue asumido por el partido, aceptado en general, y pronto se convirtió en su orgulloso título. Se verá más tarde además que esta palabra resumía toda una idea.
¿Y los Sans-culottes de 1793? Fueron los enemigos de la revolución popular quienes idearon este nombre; pero también resumía toda una idea — aquella de la rebelión del pueblo, vestido de rabia, cansado de la pobreza, en oposición a todos los monarquistas, los supuestos patriotas y Jacobinos, los bien vestidos y los listos, aquellos que, a pesar de sus pomposos discursos y de los homenajes que les hacían los historiadores burgueses, eran los reales enemigos del pueblo, despreciándolo profundamente por su pobreza, por su espíritu libertario e igualitario, y por su entusiasmo revolucionario.
Fue igual con el nombre de los Nihilistas, que confunde a los periodistas tanto y condujo a tantos juegos de palabras, buenos y malos, hasta que se entendió que no se refería a una secta peculiar —casi religiosa—, sino a una fuerza revolucionaria real. Acuñado por Turgenev en su novela Padres e Hijos, fue adoptado por los “padres”, que usaron el apodo para vengarse por la desobediencia de los “hijos”. Pero los hijos lo aceptaron y, cuando más tarde comprendieron que daba pie a confusiones e intentaron deshacerse de él, esto fue imposible. La prensa y el público no describiría a los revolucionarios rusos con ningún otro nombre. De todos modos el nombre no estaba para nada mal escogido, pues nuevamente resumía una idea; expresa la negación de la actividad completa de la civilización presente, basada en la opresión de una clase sobre otra — la negación del presente sistema económico. La negación del gobierno y el poder, de la moral burguesa, del arte por el bien de los explotadores, de las modas y costumbres que son grotescas o nauseabundamente hipócritas, de todo lo que la sociedad presente ha heredado de los siglos pasados: en una palabra, la negación de todo lo que la civilización burguesa hoy trata con reverencia.
Fue igual con los anarquistas. Cuando emergió un bando dentro de la Internacional que negaba la autoridad a la Asociación y además se rebelaba contra la autoridad en todas sus formas, este bando al comienzo se denominó federalista, luego anti-estatista o anti-autoritario. En aquel período de hecho evitaron usar el nombre anarquista. La palabra an-arquía (así es como se escribía entonces) parecía identificar al bando demasiado cerca de los Proudhonianos, a cuyas ideas sobre la reforma económica en ese momento se oponía la Internacional. Pero es precisamente por esto —para causar confusión— que sus enemigos decidieron hacer uso del nombre; después de todo, hizo posible decir que el nombre mismo del anarquista probaba que su única ambición era crear desorden y caos sin preocupación por el resultado.
El bando anarquista rápidamente aceptó el nombre que se le había dado. Al comienzo insistió en el guión entre an y arquía, explicando que de esta forma la palabra an-arquía —que viene del griego— significa “sin autoridad” y no “desorden”; pero pronto aceptó la palabra como era, y dejó de darle trabajo extra a los correctores y lecciones de griego al público.
Así que la palabra volvió a su significado básico, normal, común, como fue expresado en 1816 por el filósofo inglés Bentham, en los siguientes términos: “El filósofo que desea reformar una mala ley”, dijo, “no predica una insurrección en su contra... El carácter del anarquista es muy distinto. Él niega la existencia de la ley, rechaza su validez, incita a las personas a rehusarse a reconocerla como ley y a levantarse contra su ejecución”. El sentido de la palabra se ha vuelto más amplio hoy; el anarquista niega no sólo las leyes existentes, sino todo poder establecido, toda autoridad; sin embargo su esencia ha seguido siendo la misma: se rebela —y es aquí desde donde comienza— contra el poder y la autoridad en cualquiera de sus formas.
Pero, se nos dice, esta palabra trae a la mente la negación del orden, y en consecuencia la idea de desorden, o caos.
Sin embargo asegurémonos de entendernos — ¿de qué orden hablamos? ¿Es de la armonía con la que soñamos los anarquistas, la armonía en las relaciones humanas que se establecerá libremente cuando la humanidad deje de dividirse en dos clases, una de las cuales es sacrificada para el beneficio de la otra, la armonía que emergerá espontáneamente de la unión de intereses cuando todos pertenezcan a una y la misma familia, cuando cada cual trabaje por el bien de todos y todos por el bien de cada cual? ¡Obviamente no! Aquellos que acusan a la anarquía de ser la negación del orden no están hablando de esta armonía del futuro; están hablando del orden como se piensa en nuestra sociedad presente. Así que veamos qué es este orden que la anarquía quiere destruir.
Orden hoy —lo que ellos quieren decir con orden— es nueve décimos de la humanidad trabajando para proveer de lujos, placer y satisfacción a las más desagradables pasiones para un puñado de ociosos.
Orden es nueve décimos siendo privados de todo lo que es condición necesaria para una vida decente, para el desarrollo razonable de las facultades intelectuales. Reducir a nueve décimos de la humanidad al estado de bestia de carga viviendo de día en día, sin nunca osar pensar en los placeres provistos al hombre por el estudio científico y la creación artística — ¡eso es orden!.
Orden es pobreza y hambruna vueltos el estado normal de la sociedad. Es el campesino irlandés muriendo de inanición; e los campesinos de un tercio de Rusia muriendo de disentería y tifus, y de hambre tras la escasez — en un tiempo en que el grano almacenado está siendo enviado al exterior.
Es el pueblo de Italia reducido a abandonar su fértil campo y a vagar por Europa buscando túneles que cavar, donde arriesgan ser enterrados luego de existir sólo unos pocos meses. Es la tierra usurpada al campesino para criar animales para alimentar a los ricos; es la tierra abandonada y sin trabajar en vez de ser restaurada para quienes no piden más que cultivarla.
Orden es la mujer vendiéndose para alimentar a sus hijos, es el niño reducido a estar callado en una fábrica o a morir de inanición, es el trabajador reducido al estado de máquina. Es el fantasma del trabajador alzándose contra el rico, el fantasma del pueblo alzándose contra el gobierno.
Orden es una minoría infinitesimal elevada a posiciones de poder, que por esta razón se impone sobre la mayoría y que cría a sus hijos para ocupar las mismas posiciones más tarde de modo de mantener los mismos privilegios mediante el engaño, la corrupción, la violencia y la matanza.
Orden es la continua guerra de hombre contra hombre, oficio contra oficio, clase contra clase, país contra país. Es el cañón cuyo rugido nunca cesa en Europa, es el campo abandonado, el sacrificio de generaciones completas en el campo de batalla, la destrucción en un solo año de la riqueza construida en siglos de duro trabajo.
Orden es esclavitud, el pensamiento encadenado, la degradación de la especie humana mantenida por la espada y el látigo. Es la repentina muerte por una explosión o la muerte lenta por sofoco de cientos de mineros que estallan o son enterrados cada año por la codicia de sus patrones — y son fusilados tan pronto como osan quejarse.
Finalmente, orden es la Comuna de París, ahogada en sangre. Es la muerte de treinta mil hombres, mujeres y niños, cortados en pedazos por proyectiles, fusilados, enterrados en cal viva tras las calles de París. Es el rostro de la juventud de Rusia, encerrada en prisiones, enterrada en las nieves de Siberia, y —en el caso de los mejores, los más puros, y los más devotos— estrangulados en el nudo corredizo de la horca. ¡Eso es orden! Y desorden — ¿a qué le llaman ellos desorden?.
Es el alzamiento del pueblo contra este vergonzoso orden, rasgando sus ataduras, rompiendo sus cadenas y avanzando a un futuro mejor. Es los más gloriosos actos en la historia de la humanidad.
Es la rebelión del pensamiento en la víspera de la revolución; es la derrota de hipótesis sancionadas por siglos inmutables; es la ruptura de un torrente de ideas nuevas, o de osados inventos, es la solución de problemas científicos. Desorden es la abolición de la esclavitud ancestral, es el surgimiento de las comunas, la abolición de la servidumbre feudal, los intentos de abolición de la servidumbre económica.
Desorden es las revueltas campesinas contra sacerdotes y terratenientes, quemando castillos para hacer espacio para cabañas, abandonando los antros para tomar su lugar al sol. Es Francia aboliendo la monarquía y asestando un golpe mortal a la servidumbre en toda la Europa occidental.
Desorden es 1848 haciendo temblar a los reyes, y proclamando el derecho al trabajo. Es el pueblo de París luchando por una nueva idea y, cuando muere en las masacres, dejando a la humanidad la idea de la comuna libre, y abriendo el camino hacia la revolución que podemos sentir aproximándose y que será la Revolución Social.
Desorden —lo que ellos llaman desorden— es períodos durante los que generaciones completas mantienen una lucha sin cesar y se sacrifican por preparar a la humanidad para una existencia mejor, por deshacerse de la esclavitud pasada. Es períodos durante los que el genio popular toma libre vuelo y en unos pocos años hace gigantes avances sin los cuales el hombre habría seguido en el estado de esclavo ancestral, una cosa rastrera, degradado por la pobreza.
Desorden es el estallido de las más finas pasiones y los más grandes sacrificios, ¡es la épica del supremo amor a la humanidad!.
La palabra anarquía, que implica la negación de este orden e invoca el recuerdo de los mejores momentos en las vidas de los pueblos ¿no está bien escogido para un bando que avanza hacia la conquista de un mejor futuro?.
Piotr Kropotkin
1882
Comentarios